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Ecce Homo

Cuando uno mira a un animal y este devuelve la mirada, acontece algo especial. Es un reconocimiento del otro, en el cual se supera el abismo evolutivo que separa a las dos especies y que por un momento las hace a ambas iguales, anulando sus particularidades genéticas y reduciéndolas a dos criaturas, sin más distintivos, que se reconocen en un determinado espacio tiempo y que se observan, que se analizan, de tú a tú.

Mono capuchino, white-headed capuchin (Cebus capucinus) Manuel Antonio, Costa Rica.

Mono capuchino, white-headed capuchin (Cebus capucinus) Manuel Antonio, Costa Rica.

Muchas veces es la peligrosidad la que constituye el marco de ese instante de reconocimiento, el tratar de saber las intenciones del otro con respecto a mi, si mi vida o la de los míos peligra con ese ser que tengo delante. Otras es el oportunismo, el poder sacar algún beneficio de los hábitos de ese otro al que por tanto es necesario observar. Pero muchas otras el peligro queda relegado a un segundo plano y no hay tampoco interés ninguno en sacar partido de esa otra criatura, y es entonces la mera curiosidad la principal causa motriz de ese reconocimiento mutuo.
De esos encuentros en los que se observa al otro fundamentalmente por curiosidad, sobreviene cierto vértigo cuando se da entre homínidos.

Es un cara a cara muy especial. Sus movimientos, sus gestos faciales, su conducta, es increiblemente similar a la nuestra. Ese ser que te está observando es como una especie de hombrecillo de otro mundo, una criatura de la Guerra de las Galaxias o de algún remoto mundo tolkiniano. Es pura ciencia ficción. Es cierto que no hablan y que no configuran el mundo a su alrededor a su imagen y semejanza, en un enfermizo ¨positivismo monocentrista¨, pero por lo demás, pocas diferencias tienen con nosotros.

Me fascina percatarme de la agilidad de sus manos, de lo minucioso de sus acciones. Esos dedos, tan similares a los nuestros, con esa disposición con el pulgar oponible que hacen sus manos prénsiles, característica clave en la cadena evolutiva hacia el bipedismo y la consecuente aparición de nuestra propia especie, con su lenguaje y particular concepción del mundo.

En el parque nacional de Manuel Antonio, en Costa Rica, hay tres especies de monos, los capuchinos, el mono ardilla y el aullador (en la portada de este post). Los tres, y especialmente los capuchinos, acudían curiosos a observarme en mis solitarias marchas por el parque. Una de las veces, llegaron incluso a abrirme la mochila que dejé en la playa mientras me daba un baño, sacando del interior todo lo que tenía. Una mochila con cremallera..¿no es increíble?

Mono ardilla, squirrel monkey (Saimiri oerstedii) En peligro de extinción debido a la destrucción de su hábitat y su utilización como mascota.

Nuestros hermanos, tan cercanos a nosotros, y a los que vamos poco a poco condenando a su exterminio.  Extraña evolución la nuestra. Dejando de lado ya toda perspectiva moral (la rabia, tristeza e impotencia de ver a diario un mundo humano de barabarie, ignorancia y destrucción irracional), si lo que prima es la supervivencia pese a todo…¿no deberíamos cuidar el mundo en el que vivimos? ¿por qué esta mezquindad, esta necesidad de sangre y muerte? Bien que nuestra percepción sea inevitablemente antropocéntrica y de expansión, pero ¿por qué así, como un cancer maligno y no como una armónica población en la naturaleza? ¿de dónde viene esta propensión al dolor y la miseria? Algo falla en los divinos designios de la providencia genética. Quizás fue un error abandonar las ramas de los árboles. Lo cierto es que cuando uno se queda mirando cara a cara con uno de nuestros parientes, uno se siente un auténtico imbécil ante un sabio zen del que solo queda observarle para aprender. Un ser que está ahí, en armonía con el mundo,  frente a otro que huye de si mismo junto con toda su generación, en una carrera loca hacia la muerte.

Más fotos de Carara y Manuel Antonio, Costa Rica:

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Somos una criatura con una estructura limitada. Solo eso. La conciencia lo sabe y lor eso ve el absurdo de que esa estructura luche para mejorarse desde sus propios paràmetros. Es como si pretendiéramos que un software se utilizara a sí mismo para ser otro software distinto. El ser humano es violento y lleno de fallos. No puede proponerse cambiar con su propia humanidad y limitación. Solo viendo que somos el problema dejamos de usar el problema para solucionarlo y podemos mirar desde otro lugar al no ver ya nuestras herramientas o nuestra visión del mundo como un absoluto. Solo ese silencio y humildad devuelven la mirada al animal en un reconocimiento que no parte de un yo, sino de un nosotros.

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