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Solipsismo

-I-
Pedí un Martini rojo con los ojos cerrados, no tenía fuerzas para abrirlos y mirar al camarero que me preguntaba en voz muy baja cerca de la oreja reclinándose, quizás para comprobar si mi cuerpo se trataba o no de un fiambre.

No sé ni cómo pude llegar hasta la hamaca sin matarme cayendo por las escaleras que bajaban del hotel o desnucándome mientras caminaba por el resbaladizo bordillo de la piscina. Sin duda era un milagro haber alcanzado la postura horizontal sobre la hamaca y un hecho heroico sin precedentes haber conseguido murmurar las palabras Martini rojo al camarero.
No había nadie bañándose, ni un ruido, solo se escuchaba el lejano chorro de una de las fuentes que decoraban la piscina. Toda la hamaca estaba a la sombra de una de las palmeras que rodeaban el recinto. Calculé que al menos por tres horas el Sol no me daría en la cabeza, y esto sería ya atardeciendo, así que descarté la posibilidad de perecer en la hamaca por una insolación.
Oí en la lejanía que alguien me decía que el vermut estaba a mi lado sobre la mesita, tratándome de señor. Pensé en el significado de la palabra señor. Hasta donde yo sabía indicaba propiedad sobre algo, de ahí supuse que la voz que había escuchado me comunicaba mi nuevo señorío sobre el vaso de Martini.
Mis pensamientos iban cada vez más despacio, como si el oxidado engranaje de mi cerebro estuviera a punto de atascarse y parar definitivamente. El señor don Cristo era otro señor distinto, pensaba, pero dudaba de si el señor de los católicos se trataba realmente de otra acepción del término o si solamente era otro señor más al que la gente se refería habitualmente y con más familiaridad, o sea, que todos somos, por ejemplo, hijos del señor don Cristo, o del señor don Yahvé, o del señor don Jehová o del señor Antonio. La idea de una inteligencia creadora me parecía neolítica, o más bien simiesca, ¿cómo iba a partir todo de una dualidad sujeto-objeto? Pero que además adoptase forma humana, precisamente humana, me parecía un pensamiento ridículo. Me acordé de Jenófanes de Colofón, y me lo imaginé cargando también contra los cristianos cuando hubiera sabido de la antropomorfización de su dios, convertido en todo un señor bípedo y probablemente víctima de unas molestas almorranas.
La escasa frescura de mis disquisiciones me adormecía. Alguna rueda dentada de mi mecanismo cerebral se atascaba definitivamente. La palabra señor, inmersa en una nebulosa compuesta por imágenes de Jenófanes, santos cristos, y señores con corbata, comenzó a diluirse en una oscuridad pigmentada, hasta dejarme solo, totalmente solo. Aquello que se acababa de esfumar delante de mí debía de ser mi concepto de señor, pensé ya cuando había desaparecido de mi vista.
Ahora podía ver moverse los pigmentos de la negritud, unas diminutas partículas luminosas revoloteando en la nada, golpeándose histéricas entre sí en un movimiento frenético y caótico.
Poco a poco también se hacían más tenues e iban desapareciendo, hasta que me quedé en la más absoluta oscuridad.
Podía ver, sí, o eso creía, pero ya no sabía muy bien quién veía realmente, porque no había nada que ver, y tampoco sabía diferenciarme de lo de afuera. La situación me produjo cierto vértigo y tuve que esforzarme por mantener la calma. No sabía si mis ojos estaban abiertos o cerrados, me los frotaba, y abría los párpados por acto reflejo, pero no notaba ninguna diferencia. No veía mi cuerpo, había perdido por completo el concepto de mi finitud corporal.
Empecé a sospechar que yo era esa oscuridad, que yo era todo. Tampoco se escuchaba el menor ruido, el gorgoteo de la fuente del hotel había desaparecido ya hacía tiempo, quizás fue cuando desapareció el concepto de señor y me quedé totalmente solo.
Me estremecí al darme cuenta de que no podía escuchar mi respiración, y al llevarme las manos al pecho para sentir mis pulmones hincharse, comprobé que no tenía sentido del tacto. Intenté tocarme nervioso mi cuerpo por todas partes, pero todo acontecía en mi propio pensamiento, no veía, no oía, no sentía absolutamente nada del exterior.
Mi pensamiento se aceleró mucho al comprobar una y otra vez todas las desconexiones sensoriales que acababa de sufrir. Forzaba la vista intentando ver, agudizaba los oídos intentando oír. Todo era en vano, y cuando más intentaba sentir, más me daba cuenta de que no tenía nada con lo que sentir, no tenía constancia de tener ojos ni oídos. No tenía constancia de tener cuerpo.
Empecé a admitir que estaba yo solo conmigo mismo en una negritud abismal. Parece que no tenía más alternativa que enfrentarme a mi solipsismo sino quería perder la razón. Solamente podía pensar, pues cualquier movimiento era nada, ya que no tenía prueba de él, y no había objeto en el cual fijar mi percepción. Estaba solo, pero no solo en el mundo, porque no había ningún mundo: No es que estuviese solo, es que era yo solo.
Bien, y llegados a este punto – me dije sin oírme – ¿qué hago?-
Después de renunciar a todo intento de sentir algo material, intenté poner en orden mis pensamientos.
-II-

– No oigo nada, ni el zumbido que se oye cuando no se oye nada.

No veo nada, ni esas luminiscencias que se ven cuando no se ve nada.

Mi mundo, admito ya sin esperanza, es ahora oscuridad y silencio. No hay otra cosa más que las palabras de mi solitario pensamiento. Me digo a mi mismo que no hay otra cosa, que no hay más nada…

Me hablo a mi mismo sin oírme.

Pienso en que habrá ocurrido para llegar hasta aquí, recuerdo que pedí un vermut tumbado en la hamaca, recuerdo la voz del camarero, y recuerdo como fui poco a poco desconectando del mundo sensitivo… ¿habré caído en un profundo coma? Imagino entonces el revuelo que en el hotel habrá en estos momentos en torno a mi cuerpo en bañador tendido en la hamaca. Quizás estén ahora intentando reanimarme mientras yo permanezco tan lejos de sentir nada. Imagino la ambulancia y mi cuerpo inerte de un lado para otro.

¿Y si he muerto? Quizás este silencio y esta nada, con mi pensamiento flotando en ella, sea lo que permanece después de la muerte. Vaya fraude, sin túnel con luz al final, sin San Pedro, sin extraterrestres ni mundos nuevos iridiscentes con nuevos colores y formas por donde mi alma vuele alucinada. Quizás haya sufrido un derrame cerebral y sin darme cuenta haya entrado en este imprevisto y más bien modesto reino de Hades. Me horroriza pensar en cuanto tiempo durara esto… si ya he muerto esto debe ser la eternidad. Esa idea es inaceptable, siento la locura golpear mis ordenados pensamientos en cuanto aparece, no puedo tener presente esa posibilidad. Prefiero mantener la hipótesis de que he caído en un coma, al menos el coma tiene un fin: o bien vuelvo al mundo, o bien la muerte me espera, pero en cualquiera de estos casos esta soledad cósmica en la que me encuentro tendría un final.

¿Y si estoy soñando?

Yo y mi pensamiento, mi pensamiento y yo.-

El tiempo pasaba sin medida ninguna, al principio yo hacia una estimación por las cosas en que pensaba, pero pronto la posibilidad de medir el tiempo desapareció, y el propio tiempo, al carecer de medición y de interés, puesto que no ocurría nada, paso a un segundo plano, hasta prácticamente desaparecer, quedando solo la constancia de que existía porque mis pensamientos se desenvolvían en él, o eso pensaba yo basándome en una lógica espacio-tiempo, a la que permanecía amarrado como a una cuerda salva-vidas. –Si no hay espacio, ¿que es el tiempo? – me decía. Y me explicaba a mi mismo que el tiempo transcurría porque estaba pensando, y si pienso, es porque mi pensamiento se da en el tiempo.

Además de mi pensamiento y yo – concluí- también hay tiempo.

 

 

-III-
¿Desde cuándo estoy aquí? – pensaba- ¿Que importan para mí el ayer y el hoy, si mi todo es la nada, y nada acontece? ¿Por cuánto tiempo permaneceré en este aislamiento?
Pensé muchísimo tiempo en mi mismo, en mi soledad y en las distintas hipótesis de lo que me habría ocurrido para llegar a esta situación, pero también me sorprendió que no me importaba demasiado lo que me pudiera haber pasado, aunque sin embargo fuera uno de los temas más recurridos en mis silogismos e hipótesis, junto con los recuerdos y algunos desvaríos irracionales que supongo responderían a etapas de sueños que apenas podía ya diferenciar de la vigilia.
A medida que transcurría el tiempo, elaboraba razonamientos más y más pesados, sin luz, sin colores, sin espacialidad ni viveza. Mi raciocinio, sin objeto, se volvía cada vez más mecánico, como una calculadora que realiza silogismos de forma continua, con premisas cada vez más difusas y oxidadas, irreales y fantasmagóricas.
La nada y el olvido fueron ocultando por tanto poco a poco mis pensamientos objetivos, hasta que ya solo pensaba en ideas sin contenido, en conceptos vacuos, en formas transparentes que jugaban a encajar armoniosamente sin meta, asemejándose a una especie de tetris tridimensional en el que una constante lluvia de piezas geométricas y translúcidas se amoldaban a la perfección, disolviéndose una y otra vez igual que en el videojuego, mecánicamente, sin errores, sin emoción, dirigidas sin vida por una mente renqueante que cada vez iba más y más despacio.

Recordé con angustia la desconexión de la computadora inteligente HAL 9000 en 2001, cantando cada vez más despacio la canción de Daisy, hasta quedar finalmente desconectada.

Mi voz interior reinaba en el mundo, todo era ella, todo era yo… ¿y qué era yo? yo era esto: una maquina de razonar que, aislada del mundo objetivo, se dedicaba a pensar sin rumbo ni meta, y a recordar cada vez con más dificultad ese mundo sensible que había dejado atrás.

Lloré, sabía que lloraba, aun sin cuerpo y sin ojos, supe por mi pensamiento que lloraba. Supe que yo era un llanto. Y llore sin lágrimas invadido por la impotencia de no ser nada, hundiéndome en mi angustioso silencio, entre pulsiones vitales cada vez más agónicas y lejanas, cayendo inexorablemente en el más profundo de los abismos.
Caí y caí. Durante muchísimo tiempo se que caí. Llegué al más profundo de los olvidos, llegué a olvidarme de mi vida de antes de la caída, perdí toda identidad y la referencia a un sujeto del pasado.
El tiempo transcurría en ciclos eternos que en la nada se hacían un instante monótono y vacío.
Me olvidé de que yo era llanto, y sin darme cuenta, dejé de sentir el tiempo.
Mi pensamiento reflexivo acabó por desaparecer, dejé de dirigirme a mí mismo dejando a mi conciencia totalmente sola, como un sencillo espejo en el que se miraba el oscuro vacío,y de pronto al mismo tiempo, un silencio sepulcral invadió el universo y la nada.
Acabé siendo el espectador y el teatro, una nada que se sabe a si misma que no es nada, y que sin embargo, a la vez, es todo lo que es.

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