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Amanecer

“La riqueza y la fama son sólo un sueño de la primavera.
Saludos y despedidas, vida y muerte, una burbuja en el agua.
Sólo la paz eterna en el Nirvana,
nada vale la pena en este mundo del ruido.”

Uichon (1055-1101) “Retirado en el templo de Haein”

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Y subo corriendo, jadeando, subo a lo alto del más alto de sus edificios. Llego a la cubierta y confuso aún por el súbito despertar, me encaramo por la estructura metálica que sostiene las antenas. Alcanzo el punto más alto con la respiración entrecortada, mi corazón late con furia, siento su bombeo empujando mi sangre, haciendo que me palpiten las sienes. Me agarro con fuerza a la antena que culmina el rascacielos.
Aún somnoliento intuyo un lejano amanecer más allá de la metrópolis. Tonos anaranjados y púrpuras comienzan a envolver de claridad el horizonte de los lejanos campos, que ajenos al ruido de la urbe, parecen tener privilegio ante el sol del amanecer.
De pronto, aparece el disco solar, proyectando un sin fin de alargadas sombras sobre las frías calles de la mañana. Y por entre mis legañosos ojos entra una luz por sorpresa, fotones libres, partículas portadoras de la estremecedora libertad del espacio abierto, una libertad que no requiere romper grilletes, una libertad tan excelsa que le basta con envolverlos e iluminarlos con el silencio astral que enmudece todas las voces, para robarles todo fundamento y convertirlos en polvo.
El haz de luz se cuela por las rendijas de mis ojos, se cuela veloz y eléctrico por mil conductos, e infiltrado ya en mi cuerpo golpea súbita mi conciencia, directa, contundente luz pura que en un instante me penetra y me invade. Late el Augenblick de la realidad mortal, el instante sagrado. Retumba ensordecedor y metálico el broncíneo Gong de la mente abierta.

 

“Apartado en la quieta soledad, limpio del polvo del mundo.
Las aguas frescas y limpias vienen de la montaña.
La escarcha cayó sobre sus cabellos.
El monje vive solo, olvidado del mundo
Y alejado de los asuntos humanos.”

Uichon (1055-1101) “El templo de Chongmyong”

 

Y lleva el despertar a mi esclavizado pensamiento. Abro más los ojos entonces, azotado por el viento de las alturas miro directo a un sol vespertino que es ahora tan real como la muerte: Soy mi propia muerte.

“Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.”

Rafael Alberti (1902-1999) “Galope”

 

Contemplo el cielo abierto sobre la ciudad euclídea, inhalo la fría brisa, abarco con mis pulmones la mañana.
Un grupo de gorriones aún medio dormidos revolotean bajo mis pies por la azotea. Esas almitas ligeras amigas de Nietzsche, entrañables seres, retales del ser más puro, que vuelan en la ciudad sin entenderla, sin arriba, sin abajo.
Desciendo de nuevo a la cubierta del edificio, mi cuerpo se tumba y bocarriba contemplo el espectáculo de la bóveda celeste, me veo a mi mismo desde las frondosas nubes, descansando en lo alto de una cama compuesta de cientos de edificios grises, de miles de ojos ciegos y de esfuerzos inútiles.
Opto por no hacer nada. Las nubes se deslizan en un espacio libre de asíntotas, sin límites ni referencias. Respiro hondo, respiro y solo respiro hondo con los ojos abiertos mirando hacia nada.

Y el mundo se calla, por fin, como un reloj roto.

 

“Despertó la ansiedad de repente,
Se convirtió en rocío el alba.
Si pudiéramos ver más allá
¿dónde el yo, el tú y los otros…?”

Wangiu (701-761)

 

“El cielo es eterno; la tierra, permanente.
Son eternos y permanentes, pues no buscan en sí mismos
la razón de su existencia;
por ello, perduran.
Igualmente, el Sabio se mantiene rezagado y es el primero;
Porque se olvida de sí, por esto sobrevive.
¿No es a causa de su desinterés por lo que logra realizarse?”
Lao-Tse (570-490 a.C.) : Tao Te King
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